Gobernanza, reputación y la lección estratégica del caso Nestlé

En el mundo la confianza es un activo intangible pero determinante. La caída de un CEO no es simplemente un cambio administrativo: es una disrupción en la narrativa de una compañía que debe rendir cuentas a accionistas, reguladores, consumidores y opinión pública. El reciente despido de Laurent Freixe como CEO de Nestlé ilustra, con crudeza, cómo la gobernanza y la ética corporativa no son “valores aspiracionales”, sino condiciones de supervivencia en entornos de alta regulación y escrutinio.

 

La decisión de la Junta Directiva fue fulminante: remover de inmediato a un ejecutivo con más de tres décadas de trayectoria, tras confirmarse que había mantenido una relación no revelada con una subordinada. El mensaje es inequívoco. El cumplimiento y la integridad pesan más que la trayectoria individual, porque en juego está la credibilidad de la empresa más grande del sector alimentario del planeta.

 

La gobernanza como escudo corporativo

Nestlé ha atravesado en los últimos meses un escenario complejo: caída de acciones, disputas regulatorias en Europa, investigaciones sobre prácticas comerciales y retiro de productos en Estados Unidos. El despido de su CEO, en medio de esa tormenta, podría haber derivado en un colapso de confianza. Sin embargo, la compañía actuó con rapidez y firmeza, demostrando que su cultura de cumplimiento no es retórica, sino un principio operativo real.

 

Ese es un punto que merece reconocerse. No todas las corporaciones están dispuestas a tomar decisiones drásticas cuando se trata de aplicar su propio código de conducta. Nestlé lo hizo, enviando una señal contundente al mercado y a sus stakeholders: la ética interna prevalece sobre cualquier otra consideración.

 

La sucesión en tiempos de crisis

El nombramiento de Philipp Navratil, un ejecutivo con amplia experiencia en la casa, busca dar estabilidad y continuidad. Pero también refleja la importancia de los planes de sucesión bien diseñados, un aspecto a menudo descuidado en América Latina. Cuando la salida de un líder se produce en condiciones adversas, contar con un mecanismo claro de transición reduce el riesgo de vacíos de poder y mensajes contradictorios al mercado.

 

Desde una perspectiva estratégica, la designación de un interno es una medida conservadora que apuesta por la experiencia acumulada, pero exige complementar el movimiento con un relato robusto de renovación cultural y de confianza.

 

La narrativa corporativa y el riesgo reputacional

 

Los inversionistas internacionales suelen reaccionar con más fuerza a la percepción de falta de control interno que a problemas financieros coyunturales. Un incidente ético no atendido erosiona más rápido la confianza que una caída temporal en márgenes de rentabilidad. En ese sentido, Nestlé supo reaccionar con rapidez, aunque ahora enfrenta el desafío de construir una narrativa que no se limite a “cerrar un capítulo”, sino que explique cómo la organización sale fortalecida del episodio.

 

Aquí es donde el rol de la gestión estratégica de asuntos públicos se vuelve evidente. En situaciones como esta, no basta con un comunicado interno o una nota a los mercados. Se requiere una arquitectura de mensajes coherente y multicanal, diseñada para distintas audiencias: accionistas, consumidores, gobiernos y sociedad civil. El objetivo no es solamente apagar un incendio reputacional, sino reconstruir confianza sobre bases verificables.

 

La lección para América Latina

 

Casos como este deberían servir de espejo para las empresas latinoamericanas, especialmente en sectores altamente regulados: alimentos, salud, telecomunicaciones, energía. La gobernanza y el cumplimiento no son trámites que se cumplen por obligación legal, son mecanismos de blindaje frente a riesgos reputacionales y regulatorios.

 

En Estratega Public Affairs hemos insistido en que el diseño de protocolos de crisis, planes de sucesión, códigos de gobernanza vivos y narrativas de cumplimiento proactivo no son opcionales, sino inversiones estratégicas. El costo de no tenerlos es infinitamente mayor: pérdida de mercados, intervención regulatoria y, en última instancia, erosión de la licencia social para operar.

 

Conclusión

 

El caso Nestlé no es una anécdota aislada, sino un recordatorio de que en el siglo XXI la sostenibilidad empresarial se mide tanto por la rentabilidad como por la solidez ética de sus estructuras. Una cultura de cumplimiento real, respaldada por decisiones firmes y transparentes, es la única estrategia viable para sostener la confianza en mercados globales cada vez más exigentes.

 

El mensaje para el sector corporativo en nuestra región es claro: los valores no se declaman, se aplican. Y cuando se aplican con rigor, no solo se gestionan crisis, se construye legitimidad.

Next
Next

Cuando legal incendia la crisis: lecciones del caso Bahía Papagayo